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Facundo

doza en el lugar mismo en que una tarde hacía traer de sus casas á ventiseis oficiales de los que capitularon en Chacón, para hacerlos fusilar en expiación de los manes de Villafañe; en la campaña de Buenos Aires también mostraba algunos monumentos de su vida de peón errante. ¿Qué causas hacen á este hombre, criado en una casa decente, hijo de un hombre acomodado y virtuoso, descender á la condición del gañán, y en ella escoger el trabajo más estúpido, más brutal, en el que sólo entran la fuerza física y la tenacidad? ¿Será que el trabajador gana doble sueldo, y que se da prisa para juntar un poco de dinero?

Lo más ordenado que de esta vida obscura y errante he podido recoger, es lo siguiente: Hacia el año 1806 vino á Chile con un cargamento de grano de cuenta de sus padres. Jugólo con la tropa y los troperos, que eran esclavos de su casa. Solía llevar á San Juan y Mendoza arreos de ganado de la estancia paterna, que tenían siempre la misma suerte, porque en Facundo el juego era una pasión feroz, ardiente, que le resecaba las entrañas. Estas adquisiciones y pérdidas sucesivas debieron cansar las larguezas paternales, porque al fin interrumpió toda relación amigable con su familia. Cuando era ya el terror de la República, preguntábale uno de sus cortesanos: ¿Cuál es, general, la parada más grande que ha hecho en su vida?

«Sesenta pesos», contestó Quiroga con indiferencia; acababa de ganar, sin embargo, una de doscientas onzas. Era, según lo explicó después, que en su juventud, no teniendo sino sesenta pesos, los había perdido juntos á una sota.

Pero este hecho tiene su historia característica. Trabajaba de peón en Mendoza en la estancia de una señora, sita aquella en el Plumerillo. Facundo se hacía notar hacía un año por su puntualidad en salir al trabajo y por la influencia y predominio que ejercía sobre los demás peones. Cuando éstos querían hacer falla para dedicar el día á una borrachera, se entendían con Facundo, quien lo avisaba á la señora, prometiéndole responder de la asistencia de todos al día siguiente, la que era siempre puntual. Por esta intercesión llamábanle los peones el Padre.

Facundo, al fin de un año de trabajo asíduo, pidió su salario, que ascendía á sesenta pesos; montó en su caballo sin saber adónde iba, vió gente en una pulpería,