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Domingo F. Sarmiento

gado tronco, al que comunicaban un temblor convulsivo que iba á obrar sobre los nervios el mal seguro gaucho.

Intentó la fiera un salto impotente; dió vuelta en torno del árbol midiendo su altura con ojos enrojecidos por la sed de sangre, y al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca. Esta escena horrible duraba ya dos horas mortales; la postura violenta del gaucho y la fascinación aterrante que ejercía sobre él la mirada sanguinaria, inmóvil, del tigre, del que por una fuerza invencible de atracción no podía apartar los ojos, habían empezado á debilitar sus fuerzas, y ya se vela próximo el momento en que su cuerpo extenuado iba á caer en su ancha boca, cuando el rumor lejano de galope de caballos le dió esperanza de salvación.

En efecto, sus amigos habían visto el rastro del tigre, y corrían sin esperanza de salvarlo. El desparramo de la montura les reveló el lugar de la escena, y volar él, desenrollar sus lazos, echarlos sobre el tigre empacado» y ciego de furor, fué la obra de un segundo. La fiera estirada á los lazos, no pudo escapar á las puñaladas repetidas con que en venganza de su prolongada agonía, le traspasó el que iba á ser su vietina. «Entonces supe lo que era tener miedo», decía el general don Juan Facundo. Quiroga, contando á un grupo de oficiales este suceso.

También á él le llamaron «tigre de los Llanos», y no le sentaba mal esta denominación, á fe. La frenología ó la anatomia comparadas, han demostrado, en efecto, las relaciones que existen en las formas exteriores y las disposiciones morales, entre la fisonomía del hombre y de algunos animales á quienes se asemeja en su carácter.

Facundo, porque así le llamaron largo tiempo los pueblos del interior; el general don Facundo Quiroga, el excelentísimo brigadier general don Juan Facundo Quiroga, todo eso vino después, cuando la sociedad lo recibió en su seno y la victoria lo hubo coronado de laureles; Facundo, pues, era de estatura baja y fornido; sus anchas espaldas sostenían sobre un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesísimo, negro y ensortijado. Su cara, poco ovalada, estaba hundida en medio de un bosque de pelo, á que correspondía una barba igualmente espesa, igualmente crespa y negra, que subía hasta los pómulos