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Domingo F. Sarmiento

bitan las llanuras, y que no han debido confundirse con los hábitos, ideas y costumbres, de las ciudades argentinas, que eran, como todas las ciudades americanas, una continuación de la Europa y de España. La montonera sólo puede explicarse examinando la organización intima de la sociedad de donde procede. Artigas, baquiano, contrabandista, esto es, haciendo la guerra á la sociedad civil, á la ciudad: comandante de campaña por transacción; caudillo de las masas de á caballo, es el mismo tipo que con ligéras variantes continúa reproduciéndose en cada comandante de campaña que ha llegado á hacerse caudillo. Como todas las guerras civiles en que profundas desemejanzas de educación, creencias y objetos, dividen á los partidos, la guerra interior de la República Argentina ha sido larga, obstinada, hasta que uno de los elementos ha vencido. La guerra de la revolución argentina ha sido doble: 1., guerra de las ciudades, iniciada en la cultura europea, contra los españoles, á fin de dar mayor ensanche á esa cultura; 2.º, guerra de los caudillos contra las ciudades, á fin de librarse de toda sujeción civil, y desenvolver su carácter y su odio contra la civilización. Las ciudades triunfan de los españoles, y las campañas de las ciudades. He aquí explicado el enigma de la revolución argentina, cuyo primer tiro se disparó en 1810, y el último aun no ha sonado todavía.

No entraré en todos los detalles que requeriría este asunto; la lucha es más o menos larga; unas ciudades sucumben primero, otras después. La vida de Facundo Quiroga nos proporcionará ocasión de mostrarlos en toda su desnudez. Lo que por ahora necesito hacer notar, es que con el triunfo de estos caudillos, toda forma «civil»», aun en el estado en que las usaban los españoles, ha desaparecido totalmente en unas partes; en otras de un modo parcial, pero caminando visiblemente á su destrucción.

Los pueblos en masa no son capaces de comparar distintivamente unas épocas con otras; el momento presente es para ellos el único sobre el cual se extienden sus miradas; así es como nadie ha observado hasta ahora la destrucción de las ciudades y su decadencia; lo mismo que no prevén la barbarie total á que marchan visiblemente, los pueblos del interior.

Buenos Aires es tan poderosa en elementos de civili-