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Facundo

pea, civilizada, y la otra bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades sólo iba á servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen, y después de largos años de lucha la una absorbiese la otra. He indicado la asociación normal de la campaña, la desasociación, peor mil veces que la tribu nómada; he mostrado la asociación ficticia, en la desocupación; la formación de las reputaciones gauchas; valor, arrojo, destreza, violencias y oposición á la justicia regular, á la justicia civil de la ciudad. Este fenómeno de organización social existía en 1810, existe aún modicado, en muchos puntos, modificándose lentamente en otros, é intacto en muchos aún. Estos focos de reunión de gauchaje valiente, ignorante, libre y desocupado, estaban diseminados á millares en la campaña. La revolución de 1810 llevó á todas partes el movimiento y el rumor de las armas. La vida pública, que hasta entonces había faltado á esta asociación árabe—romana, entró en todas las venlas, y el movimiento revolucionario trajo al fin la asociación bélica en la «montonera» provincial, hija legítima de la venta y de la estancia, enemiga de la ciudad y del ejército patriota revolucionario. Desenvolviéndose los acontecimientos, veremos las montoneras provinciales con sus caudillos á la cabeza; en Facundo Quiroga, últimamente triunfante en todas partes, la campaña sobre las ciudades, y dominadas éstas en su espíritu, gobierno, civilización, formarse, al fin, el gobierno central, unitario, despótico, del estanciero don Juan Manuel de Rosas, que clava en la culta Buenos Aires el cuchillo del gaucho y destruye la obra de los siglos, la civilización, las leyes y la libertad.

CAPÍTULO IV

Revolución de 1810


Cuando la batalla empieza, el tártaro da un grito terriblellega, hiere, desaparece y vuelve como el rayo.

VICTOR HUGO.

He necesitado andar todo el camino que dejo recorrido para llegar al punto en que nuestro drama comienza.