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Domingo F. Sarmiento

DOMINGO F. SARMIENTO campo, sin influencia y sin adictos, el gobierno echa mano de los hombres que más temor le inspiran, para encomendarles este empleo, á fin de tenerlos en su obediencia; manera muy conocida de proceder de todos los gobiernos débiles, y que alejan el mal del momento presente, para que se produzca más tarde en dimensiones colosales. Así, el gobierno papal hace transacciones con los bandidos, á quienes da empleos en Roma, estimulando con esto el bandi daje, y creándole un porvenir seguro; así, el Sultán concedía á Mehemet—Alí la investidura de Bajá de Egipto, para tener que reconocerlo más tarde rey hereditario, á trueque de que no lo destronase. Es singular que todos los caudillos de la revolución argentina han sido comandantes de campaña: López é Ibarra, Artigas y Güemes, Facundo y Rosas. Es el punto de partida para todas las ambiciones.

Rosas, cuando hubo apoderádose de la ciudad, exterminó á todos los comandantes que lo habían elevado, entregando este influyente cargo á hombres vulgares, que no nudiesen seguir el camino que él había traído: Pajarito, Celarrayán, Arbolito, Pancho el Nato, Molina, eran otros tantos bandidos comandantes de que Rosas purgó el país.

Doy tanta importancia á estos pormenores, porque ellos servirán para explicar todos nuestros fenómenos sociales y la revolución que se ha estado obrando en la República Argentina, revolución que está desfigurada por las palabras del diccionario civil, que la disfrazan y ocultan, creando ideas erróneas; de la misma manera que los españoles, al desembarcar en América, daban un nombre europeo conocido á un animal nuevo que encontraban, saludando con el terrible de león, que trae al espíritu la idea de la magnanimidad y fuerza del rey de las bestias, al miserable gato llamado puma, que huye á la vista de los perros, y figre al jaguar de nuestros bosques. Por deleznables é innobles que parezcan estos fundamentos que quiero dar á la guerra civil, la evidencia vendrá luego á mostrar cuán sólidos é indestructibles son.

La vida de los campos argentinos, tal como la he mostrado, no es un accidente vulgar; es un orden de cosas, un sistema de asociación característico, normal, único & mi juicio en el mundo, y él solo basta para explicar toda nuestra revolución. Había antes de 1810 en la República Argentina dos sociedades distintas, rivales é incompatibles: dos civilizaciones diversas: la una española, euro-