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Facundo

es inútil é imposible, donde los negocios municipales no existen, donde el bien público es una palabra sin sentido, porque no hay público, el hombre dotado eminentemente se esfuerza por producirse, y adopta para ello los medios y los caminos que encuentra. El gaucho será un malhechor ó un caudillo, según el rumbo que las cosas tomen en el momento en que ha llegado a hacerse notable.

Costumbres de este género requieren medios vigorosos de represión, y para reprimir desalmados se necesitan jueces más desalmados aún. Lo que al principio dije del capataz de carretas, se aplica exactamente al juez de campaña. Ante toda otra cosa, necesita valor; el terror de su nombre es más poderoso que los castigos que aplica. El juez es naturalmente algún famoso de tiempo atrás á quien la edad y la familia han llamado á la vida ordenada. Por supuesto, que la justicia que administra, es de todo punto arbitraria; su conciencia ó sus pasiones lo guían, y sus sentencias son inapelables.

A veces suele haber jueces de estos, que lo son de por vida, y que dejan una memoria respetada. Pero la conciencia de estos medios ejecutivos y lo arbitrario de las penas, forman ideas en el pueblo sobre el poder de la «autoridad», que más tarde vienen á producir sus efectos. El juez se hace obedecer por su reputación de audacia temible, su autoridad, su juicio sin formas, su sentencia, un «yo lo mando» y sus castigos, inventados por él mismo. De este desorden, quizá por mucho tiempo inevitable, resulta que el caudillo que en las revueltas llega á elevarse, posee sin contradicción y sin que sus secuaces duden de ello, el noder amplio y terrible que sólo se encuentra hoy en los pueblos asiáticos.

El caudillo argentino es un Mahoma, que pudiera á su antojo cambiar la religión dominante y forjar una nueva.

Tiene todos los poderes; su injusticia es una desgracia para su víctima, pero no un abuso de su parte, porque él puede ser injusto; más todavía, él ha de ser injusto necesariamente, siempre lo ha sido.

Lo que digo del juez, es aplicable al comandante de campaña. Este es un personaje de más alta categoría que el primero, y en quien han de reunirse en más alto grado las cualidades de reputación y antecedentes de aquél. Todavía una circunstancia nueva agrava, lejos de disminuir, el mal.

El gobierno de las ciudades es el que da el título de comandante de campaña; pero como la ciudad es débil en el