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Facundo

gaucho argentino no bebe, si la música y los versos no le excitan (1), y cada pulpería tiene su guitarra para poner en manos del cantor, á quien el grupo de caballos estacionados en la puerta anuncia á lo lejos dónde se necesita el concurso de gaya ciencia.

El cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias hazañas. Desgraciadamente, el cantor, con ser el bardo argentino, no está libre de tener que habérselas con la justicia. También tiene que dar la cuenta de sendas puñaladas que ha destribuido, una ó dos «desgracias» (muertes) que tuvo y algún caballo ó alguna muchacha que robó. El 1840, entre un grupo de gauchos y á orillas del majestuoso Paraná, estaba sentado en el suelo y con las piernas cruzadas un cantor que tenía azorado y divertido á su auditorio con la larga y animada historia de sus trabajos y aventuras. Habla ya contado lo del rapto de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la desgracian y la disputa que la motivó; estaba refiriendo su encuentro con la partida y las puñaladas que en su defensa dió, cuando el tropel y los gritos de los soldados le avisaron que esta vez estaba cercado. La partida, en efecto, se había cerrado en forma de herradura; la abertura quedaba hacia el Paraná, que corría veinte varas más abajo, tal era la altura de la barranca. El cantor oyó la grita sin turbarse, viósele de improviso sobre el caballo, y echando una mirada escudriñadora sobre el círculo de soldados con las tercerolas preparadas, vuelve el caballo hacia la barranca, le pone el poncho en los ojos y clávale las espuelas. Algunos instantes después se veía salir de las profundidades del Paraná, el caballo sin fre(1) No es fuera de propósito recordar aquí las semejanzas D tables que representan los argentinos con los árabes. En Argel, en Orán, en Máscara y en los aduares del desierto, vi siempre á los árabes reunidos en cafés, por estarles completamente prohibido el uso de los licores, apiñados en derredor del cantor, generalmente dos, que se aconpañan de la vihuela á dúo, recitando canciones na clonales plafiideras como nuestros tristes. La rienda de los árabes es tejida de cuero y con azotera como las nuestras; el freno que usamos es el freno árabe y muchas de nuestras costumbres revelan el contacto de nuetros padres con los moros de la Andalucía. De las fisionomía no se hable: algunos árabes he conocido que juraba haberlos visto en mi país.—(Nota de la edición de 1850.)