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Facundo

camino que lleva: él sabe á qué aguada remota conduce; si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de cien leguas, él las conoce todas, sabe de donde vienen y adonde van. El sabe el vado oculto que tiene un río, más arriba ó más abajo del paso ordinario, y esto en cien ríos ó arroyos; él conoce en los ciénagos extensos un sendero por donde pueden ser atravesados sin inconveniente, y esto en cien ciénagos distintos.

En lo más obscuro de la noche, en medio de los bosques ó en llanuras sin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta en círculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, se inclina á tierra, examina algunos matorales y se orienta de la altura en que se halla; monta en seguida, y les dice para asegurarlos: «Estamos en dereseras de tal lugar, á tantas leguas de las habitaciones; el camino ha de ir al Sur» y se dirige hacia el rumbo que señala, tranquilo, sin prisa de encontrarlo, y sin responder á las objeciones que el temor ó la fascinación sugiere á los otros.

Si aun esto no basta, ó si se encuentra en la pampa y la obscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca, y después de repetir este procedimiento varias veces, se cerciora de la proximidad de algún lago, ó arroyo salado; ó de agua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente. El general Rosas, dicen, conoce por el gusto el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires.

Si el baquiano lo es de la pampa, donde no hay caminos para atravesarla, y un pasajero le pide que lo lleve directamente á un paraje distante cincuenta leguas, el baquiano se para un momento, reconoce el horizonte, examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa á galopar con la rectitud de una flecha, hasta que cambia de rumbo por motivos que sólo él sabe, y galopando día y noche, llega al lugar designado.

El baquiano anuncia también la proximidad del enemigo; esto es, diez leguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de los avestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección. Cuando se aproxima, observa los polvos; y por su espesor cuenta la fuerza: «son dos mil hombres», dice; quinientos», «doscientos», y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, ó es un campamento recién