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Facundo

Aroma y flor de naranja; Luego en el Guazú se encuentran, Y reuniendo sus aguas, Mezclando nácar y perlas, Se derraman en el Platan. (1)Pero esta es la poesía culta, la poesía de la ciudad; hay otra que hace oir sus ecos por los campos solitarios: la poesía popular, candorosa y desaliñada del gaucho.

También nuestro pueblo es músico. Esta es una predisposición nacional que todos los vecinos le reconocen. Cuando en Chile se anuncia por la primera vez un argentino en una casa, lo invitan al piano en el acto, ó le pasan una vihuela, y si se excusa diciendo que no sabe pulsarla, lo extrañian, y no le creen, porque siendo argentino», dicen, «debe ser músico». Esta es una preocupación popular que acusa nuestros hábitos nacionales. En efecto, el joven culto de las ciudades toca el piano ó la flauta, el violín ó la guitarra; los mestizos se dedican casi exclusivamente á la música, y son muchos los hábiles compositores é instrumentistas que salen de entre ellos. En las noches de verano se oye sin cesar la guitarra en la puerta de las tiendas, y tarde de la noche, el sueño es dulcemente interrumpido por las serenatas y los conciertos ambulantes.

(1) Dominguez.

El pueblo campesino tiene sus cantares propios.

El triste», que predomina en los pueblos del Norte, es un canto frigio, planidero, natural al hombre en el estado primitivo de barbarie, según Rousseau.

La «vidalita», canto popular con coros, acompañado de la guitarra y un tamboril, á cuyos redobles se reune la muchedumbre y va engrosando el cortejo y el estrépito de las voces; este canto me parece heredado de los indígenas, porque lo he oído en una fiesta de indios en Copiapó en celebración de la Candelaria, y como canto religioso, debe ser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españoles argentinos. La «vidalita» es el metro popular en que se cantan los asuntos del día, las canciones guerreras; el gaucho compone el verso que canta, y lo populariza por las asociaciones que su canto exige.

Así, pues, en medio de la rudeza de las costumbres nacionales, estas dos artes que embellecen la vida civilizada y dan desahogo á tantas pasiones generosas, están honra-