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Facundo

cualquier clase que sean, civilizados ó ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia.

Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ése no se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol mejor que ellos, ni el hombre sabio ni el poderoso? El europeo es para ellos el último de todos, porque no resiste á un par de corcovos del caballo (1). Si el origen de esta vanidad nacional en las clases inferiores es mezquino, no son por eso menos nobles las consecuencias, como no es pura el agua de un río porque nazca de vertientes cenagosas é infectas. Es implacable el odio que les inspiran los hombres cultos, é invencible su disgusto por sus vestidos, usos y maneras. De esta pasta están amasados los soldados argentinos: y es fácil imaginarse lo que hábitos de este género pueden dar en valor y sufrimiento para la guerra; añádase que desde la infancia están habituados á matar las reses y que este acto de crueldad necesaria los familiariza con el derramamiento de sangre y endurece su corazón contra los gemidos de las víctimas.

La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas, sin ninguna de las de la inteligencia.

Su carácter moral se resiente de su hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la naturaleza: es fuerte, altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de subsistencia como sin necesidades, es feliz en medio de su pobreza y de sus privaciones, que no son tales para el que nunca conoció mayores goces, ni extendió más altos sus deseos, de manera que, si esta disolución de la sociedad radica ondamente la barbarie por la imposibilidad y la inutilidad de la educación moral é intelectual, no deja, por otra parte, de tener sus atractivos. El gaucho no trabaja; el alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa; uno y otro se lo proporcionan sus ganados, si es (2) El general Mansilla decía en la Sala durante el bloqueo francés: ¿Y qué nos han de hacer esos europeos que no saben galoparse una noche? Y la inmensa barra plebeya ahogó la voz del orador con el estrépito de los aplausos.