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Domingo F. Sarmiento

A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden desenvolverse sino á condición 'e me los hombres estén reunidos en sociedades numerosas, ved la educación del hombre en el campo. Las mujeres guardan la casa, preparan la comida, esquilan las ovejas, ordenan las vacas, fabrican los quesos, y tejen las groseras telas de que se visten; todas las ocupaciones domésticas, toc 18 las industrias caseras, las ejerce la mujer; sobre ella pesa casi todo el trabajo: y gracias si algunos hombres se dedican á cultivar un poco de maíz para el alimento de la familia, pues el pan es inusitado como manutención ordinaria. Los niños ejercitan sus fuerzas y se adiestran por placer en el manejo del lazo y de las boleadoras, con que mo lestan y persiguen sin descanso å las terneras y cabras; cuando son jinetes, y esto sucede luego de aprender á caminar, sirven á caballo en algunos quehaceres; más tarde, y cuando ya son fuertes, recorren los campos cayendo y levantando, rodando á designio en las vizcacheras, salvando precipicios, y adiestrándose en el manejo del caballo; cuando la pubertad asoma, se consagran á domar potros salvajes y la muerte es el castigo menor que les aguarda, si un momento les faltan las fuerzas ó el coraje. Con la juventud primera viene la completa independencia, y la desocupación.

Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues que su educación está ya terminada. Es preciso ver & estos españoles, por el idioma únicamente y por las confusas nociones religiosas que conservan, para saber apreciar los caracteres indómitos y altivos que nacen de esta lucha del hombre aislado con la naturaleza salvaje, del racional con el bruto; es preciso ver estas caras cerradas de barba, estos semblantes graves y serios, como los de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo desdén que les inspira la vista del hombre sedentario de las ciudades, que puede haber leído muchos libros, pero que no saben aterrar un toro bravío y darle muerte, que no sabrá proveerse de caballo á campo abierto, á pie y sin auxilio de nadie, que nunca ha parado un tigre, recibidolo con el puñal en una mano y el poncho envuelto en la otra, para meterlo en la boca, mientras le traspasa el corazón y lo deja tendido á sus pies.

Este hábito de triunfar de las resistencias, de mostrarse siempre superior å la naturaleza, de desafiarla y vencerla, desenvuelve prodigiosamente el sentimiento de la importancia individual y de la superioridad. Los argentinos, de