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Domingo F. Sarmiento

neamente, es democrático: ni se hereda, ni puede conservarse, por falta de montañas y poblaciones fuertes. De aquí resulta que aun la tribu salvaje de la pampa está organizada mejor que nuestras campañas, para el desarrollo moral.

Pero lo que presenta de notable esta sociedad en cuanto á su aspecto social, es su afinidad con la vida antigua, con la vida espartana ó romana, si por otra parte no tuviese una desemejanza radical. El ciudadano libre de Esparta ó de Roma echaba sobre sus esclavos el peso de la vida material, el cuidado de proveer á la subsistencia, mientras que él vivía libre de cuidados en el foro, en la plaza pública, ocupándose exclusivamente de los intereses del Estado, de la paz, la guerra, las luchas de partido. El pastoreo proporciona las mismas ventajas, y la función inhumana del ilota antiguo la desempeña el ganado. La procreación espontánea forma y acrece indefinidamente la fortuna; la mano del hombre está por demás; su trabajo, su inteligencia, su tiempo, no son necesarios para la conservación y aumento de los medios de vivir. Pero, si nada de esto necesita para lo material de la vida, las fuerzas que economiza no puede emplearlas como el romano; fáltale la ciudad, el municipio, la asociación íntima, y por tanto, fáltale la base de todo des arrollo social; no estando reunidos los estancieros, no tienen necesidades públicas que satisfacer: en una palabra, no hay «res pública».

El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu árabe ó tártara, es aquí no sólo descuidada, sino imposible. ¿dónde colocar la escuela para que asistan & recibir lecciones los niños diseminados á diez leguas de distancia en todas direcciones? Así, pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal (1), y gracias si las costumbres domésticas conservan un corto depósito de moral. La religión sufre las consecuencias de la disolución de la sociedad; el curato es nominal, el púlpito no tiene auditorio, el sacerdote huye de la capilla solitaria, ó se desmoraliza en la inacción y en la soledad; los vicios, el simoniaquismo, la barbarie normal, penetran en su celda, y convierten su superioridad moral en elementos de (1) El año 1826, durante una residencia de un año en la Sierra de San Luis, enseñé á leer á seis jóvenes de familias pudientes, el menor de los cuales tenía 22 años.