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Domingo F. Sarmiento

americano, por ser común á todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más; el hombre de la campaña, lejos de aspirar á semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses; y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está bloqueado por allí, proscripto afuera; y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos.

Estudiemos ahora la fisonomía exterior de las extensas campañas que rodean ciudades, y penetremos en la vida interior de sus habitantes. Ya he dicho que en muchas provincias el límite forzoso es el desierto intermedio y sin agua.

No sucede así por lo general con la campaña de una provincia, en la que reside la mayor parte de su población.

La de Córdoba, por ejemplo, que cuenta ciento sesenta mil almas, apenas veinte están dentro del recinto de la aislada ciudad; todo el grueso de la población está en los campos, que así como por lo común son llanos, casi por todas partes son pastosos ya estén cubiertos de bosques, ya desnudos de vegetación mayor y en algunas con tanta abundancia y de tan exquisita calidad, que el prado artificial no llegaría á aventajarles. Mendoza y San Juan, sobre todo, se exceptúan de esta peculiaridad de la superficie inculta, por lo que sus habitantes viven principalmente de los productos de la agricultura. En todo lo demás, abundando los pastos, la cría de ganado es, no la ocupación de los habitantes, sino su medio de subsistencia. Ya la vida pastoril nos vuelve impensadamente á traer á la inmaginación el recuerdo del Asía, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas aquí y allá de las tiendas del calmuco, del cosaco ó del árabe.

La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abrahán, que es la del beduino de hoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificada por la civilización de un modo extraño.

La tribu árabe que vaga por las soledades asiáticas, vive reunida bajo el mando de un anciano de la tribu ó un jefe guerrero; la sociedad existe, aunque no esté fija en un punto determinado de la tierra; las creencias religiosas, las tradiciones inmemoriales, la invariabilidad de las costumbres, el respeto á los ancianos, forman, reunidos, un código