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Domingo F. Sarmiento

En su embocadura están situadas dos ciudades: Montevideo y Buenos Aires, cosechando hoy alternativamente las ventajas de su envidiable posición. Buenos Aires está llamada á ser un día la ciudad más gigantesca de ambas Américas. Bajo un clima benigno, señora de la navegación de cien ríos que fluyen á sus pies, reclinada muellemente sobre un inmenso territorio, y con trece provincias interiores que no conocen otra salida para sus productos, fuera ya la Babilonia americana, si el espíritu de la pampa no hubiese soplado sobre ella y si no ahogase en sus fuentes el tributo de riqueza que los ríos y las provincias tienen que llevarla siempre. Ella sola, en la vasta extensión argentina, está en contacto con las naciones europeas, ella sola explota las ventajas del comercio extranjero: ella sola tiene el poder y rentas. En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización, de industria y de población europea; una política estúpida y colonial se hizo sorda á estos clamores. Pero las provincias se vengaron mandándole á Rosas, mucho y demasiado de la barbarie que á ellas les sobraba.

Harto caro la han pagado los que decían: «la República Argentina acaba en el Arroyo del Medio». Ahora llega desde los Andes hasta el mar; la barbarie y la violencia bajaron á Buenos Aires, más allá del nivel de las provincias.

No hay que quejarse de Buenos Aires, que es grande y lo será más, porque así le cupo en suerte. Debiéramos antes quejarnos de la Providencia y pedirle que rectifique la configuración de la Tierra. No siendo esto posible, demos por bien hecho lo que de mano de maestro está hecho. Quejemonos de la ignorancia de ese poder brutal que esteriliza, para sí y para las provincias, los dones que Natura prodigó al pueblo que extravía. Buenos Aires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y prosperidad al interior, mándale sólo cadenas, hordas exterminadoras, y tiranuelos subalternos.

¡También se venga del mal que las provincias le hicieron con prepararle á Rosas!

He señalado esta circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires, para mostrar que hay una organización del suelo, tan central y unitaria en aquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de buena fe «¡federaciónmuerte!» habría concluido por el sistema unitario que hoy ha establecido. Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud. Pero otro tiempo vendrá