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Domingo F. Sarmiento

DOMINGO F. BARMIENTO ¿Qué quería Facundo con esta señora?... ¡Era una hermosa viuda que había atraído sus miradas v venía á solicitarla!

Porque en Tucumán el cupido ó el sátiro no estaba ocioso.

Agrádale una jovencita, la habla y la propone llevarla á San Juan. Imaginaos lo que una pobre niña podría contestar á esta deshonrosa proposición hecha por un tigre.

Se ruboriza y balbuciendo, contesta que ella no podía resolver... que su padre... Facundo se dirige al padre; y el angustiado padre, disimulando su horror, objeta que quién le responde de su hija, que la abandonarán. Facundo satisface á todas las objeciones, y el infeliz padre, no sabiendo lo que dice, y creyendo cortar aquel mercado abominable, propone que se le haga un documento... Facundo toma la pluma y extiende la seguridad requerida, pasando papel y pluma al padre para que firme el convenio. El padre cs padre al fin, y la naturaleza habla diciendo: «¡No firmo, máteme!Eh! ¡viejo cochino!» le contesta Quiroga, y toma la puerta ahogándose de rabia.

Quiroga, el campeón de la causa que han jurado los pueblos», como se estila decir por allá, era bárbaro, avaro y lúbrico, y se entregaba á sus pasiones sin embozo; su sucesor no saquea los pueblos, es verdad, no ultraja el pudor de las mujeres, no tiene más que una pasión, una necesidad, la sed de sangre humana», y la de despotismo.

En cambio, sabe usar de las palabras y de las formas que satisfacen á la exigencia de los indiferentes. Los usalvajes», los sanguinarios», los «pérfidos, inmundos» unitarios: el «sanguinario» duque de Abrantes; el «pérfido» ministro del Brasil; la «federación»; el «sentimiento americano»; el oro «inmundo» de la Francia; las pretensiones infcuas» de la Inglaterra; la conquista» europea. Palabras así bastan para encubrir la más espantosa y larga serie de crímenes que ha visto el siglo XIX. ¡Rosas! ¡Rosas! ¡Rosas! ¡me prosterno y humillo ante tu poderosa inteligencia! ¡Sois grande como el Plata; como los Andes! ¡Sólo tú has comprendido cuan despreciable es la especie humana, sus libertades, su ciencia y su orgullo! ¡Pisoteadla! ¡que todos los gobierno del mundo civilizado te atacarán á medida que seas más insolente! ¡Pisoteadlal que no te faltarán perros fieles que, recogiendo el mendrugo que les tiras, vayan á derramar su sangre en los campos de batalla, ó á ostentar en el pecho vuestra marca colorada por todas las