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Domingo F. Sarmiento

prensa defienda al que ha encadenado! ¡Por qué no permites en tu patria la discusión que mantienes en todos los otros pueblos? ¡Para qué, pues, tantos millares de víctimas sacrificadas por el puñal; para qué tantas batallas, si al cabo habías de concluir por la pacífica discusión de la prensa?

El que haya leído las páginas que preceden, creerá que es mi ánimo trazar un cuadro apasionado de los actos de barbarie que han deshonrado el nombre de don Juan Manuel Rosas. Que se tranquilicen los que abriguen este temor. Aup no se ha formado la última página de esta biografía inmoral, aun no está llena la medida; los días de su héroe no han sido contados aún. Por otra parte, las pasiones que subleva entre sus enemigos, son demasiado rencorosas aún, para que pudieran ellos mismos poner fe en su imparcialidad ó en au justícia.

Es de otro personaje de quien debo ocuparme. Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechos quiero consignar en el papel. Diez años ha que la tierra pesa sobre sus cenizas, y muy cruel y emponzoñada debiera mostrarse la calumnia que fuera á cavar los sepulcros en busca de víctimas.

¿Quién lanzó la bala oficial» que detuvo su carrera?

Partió de Buenos Aires ó de Córdoba? La historia explicará este arcano. Facundo Quiroga, empero, es el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la República Argentina, es la figura más americana que la Revolución presenta.

Facundo Quiroga enlaza y eslabona todos los elementos de desorden que hasta antes de su aparición estaban agitándose aisladamente en cada provincia; él hace de la guerra local la guerra nacional argentina, y presenta triunfante, al fin de diez años de trabajos, de devastación y de combates, el resultado de que sólo supo aprovecharse el que lo asesinó. He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular.

He evocado, pues, mis recuerdos, y buscado para completarlos, los detalles que han podido suministrarme hombres que lo conocieron en su infancia, que fueron sus partidarios ó sus enemigos, que han visto con sus ojos unos hechos, oído otros, y tenido conocimiento exacto de una época ó de una situación particular. Aun espero más datos que los que poseo, que ya son numerosos. Si algunas inexactitudes se me escapan, ruego á los que las adviertan, que me las