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Facundo

bién la experiencia y la luz, y es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen al fin de las tradiciones envejecidas, de los hábitos ignorantes, y de las preocupaciones estacionarias. No se renuncia porque en un pueblo haya millares de hombres candorosos que tomen el bien por el mal; egoístas que sacan de él su provecho; indiferentes que lo ven sin interesarse; timidos que no se atreven á combatirlo; corrompidos, en fin, conociéndolo, se entregan á él por inclinación al mal, por depravación; siempre ha habido en los pueblos todo esto, y nunca el mal ha triunfado definitivamente. No se renuncia, porque los demás pueblos americanos no puedan prestarnos su ayuda; porque los gobiernos no ven de lejos sino el brillo del poder organizado, y no distinguen, en la obscuridad humilde y desamparada de las revoluciones, los elementos grandes que están forcejeando por desenvolverse; porque la oposición pretendida liberal abjure de sus principios, imponga silencio á su conciencia, y, por aplastar bajo su pie un insecto que importuna, huelle la noble planta á que ese insecto se apegaba. No se renuncia porque los pueblos en masa nos den la espalda á causa de que nuestras miserias y nuestras grandezas están demasiado lejos de su vista para que alcancen á conmoverlos. ¡No! no se renuncia á un porvenir tan inmenso, á una misión tan elevada, por ese cúmulo de contradicciones y dificultades. ¡La dificultades se vencen, las contradicciones se acaban á fuerza de contradecirlas!

Desde Chile, nosotros nada podemos dar «á los que per—severan» en la lucha bajo todos los rigores de las privaciones, y con la cuchilla exterminadora, que como la espada de Damocles, pende á todas horas sobre sus cabezas. ¡Nada!

excepto ideas, excepto consuelos, excepto estímulo, arma ninguna nos es dado llevar á los combatientes, si no es la que la «prensa libre» de Chile suministra á todos los hombres libres. ¡La prensa! ¡la prensa! He aquí, tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros. He aquí el vellocino de oro que tratamos de conquistar. He aquí cómo la prensa de Francia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile, Corrientes, va á turbar tu sueño en medio del silencio sepulcral de tus víctimas; he aquí que te has visto compelido á robar el don de lenguas para paliar el mal, don que sólo fué dado para predicar el bien. ¡He aquí que desciendes á justificarte, y que vas por todos los pueblos europeos y americanos mendigando una pluma venal y fratricida, para que por medio de la