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Domingo F. Sarmiento

tierra mendigando un poco de pan un poco de libertad?

¡Por qué lo combatís!.... ¿Acaso no estamos vivos los que después de tantos desastres sobrevivimos aún; ó hemos perdido nuestra conciencia de lo justo y del porvenir de la patria, porque hemos perdido algunas batallas? ¡Qué! ¿se quedan también las ideas entre los despojos de los combates?

¿Somos dueños de hacer otra cosa que lo que hacemos, ni más ni menos como Rosas no puede dejar de ser lo que es?

¿No hay nada de providencial en estas luchas de los pueblos? ¿Concedióse jamás el triunfo á quien no sabe perseverar? Por otra parte, ¿hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América á las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables abandonados á las aves acuáticas que están en quieta posesión de surcarlos ellas solas desde «ab initio?».

Hemos de cerrar voluntariamente la puerta á la inmigración europea que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos, y hacernos á la sombra de nuestro pabellón, pueblo innumerable como las arenas del mar? ¿Hemos de dejar ilusorios y vanos los sueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos han mecido desde la infancia los pronósticos que con envidia nos dírigen los que en Europa estudian las necesidades de la humanidad? Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América muchos pueblos que están como el argentino, llamados por lo pronto á recibir la población europea que desborda como el líquido en un vaso? ¿No queréis, en fin, que vayamos á invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, á llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan á sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh!

Este porvenir no se renuncia así no más! No se renuncia porque un ejército de 20.000 hombres guarde la entrada de la patria: los soldados mueren en los combates, desertan ó cambian de bandera. No se renuncia porque la fortuna haya favorecido á un tirano durante largos y pesados años: la fortuna es ciega, y un día que no acierte á encontrar á su favorito entre el humo denso y la polvareda sofocante de los combates, ¡adiós tirano! ¡adiós tiranía! No se renuncia porque todas las brutales é ignorantes tradiciones coloniales hayan podido más en un momento de extravío en ánimo de las masas inexpertas; las convulsiones políticas traen tam-