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Domingo F. Sarmiento

las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fué reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el título de grande que le prodigan sus cortesanos? Si, grande y muy grande es, para gloria y vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan á su carro para arrestarlo por encima de cadáveres, también se hallan á millares las almas generosas que en quince años de lid sangrienta no han desesperado de vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelva, y la Esfinge Argentina, mitad mujer por lo cobarde, mitad tigre por lo sanguinario, morirá á sus plantas, dando á la lebaş del Plata el rango elevado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo.

Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados.

La República Argentina es hoy sección hispano—americana que en sus manifestaciones exteriores ha llamado preferentemente la atención de las naciones europeas, que no pocas veces se han visto envueltas en sus extravios ó atraídas, como por una vorágine, & acercarse al centro en que remolinean elementos tan contrarios. La Francia estuvo á punto de ceder á esta atracción, y no sin grandes esfuerzos de remo y vela, no sin perder el gobernalle, logró alejarse y mantenerse á la distancia. Sus más hábiles políticos no han alcanzado á comprender nada de lo que sus ojos han visto al echar una mirada precipitada sobre el poder americano, que desafiaba á la gran nación. Al ver las lavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocan, bramando en este gran foco de lucha intestina, los que por más avisados se tienen han dicho: «es un volcán subalterno, sin nombre, de los muchos que aparecen en América; pronto se extinguirá»; y han vuelto á otra parte sus miradas, satisfechos de haber dado una solución tan fácil como exacta