Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/258

Esta página ha sido corregida
253
APENDICE

Mas, si por una parte, poco se preocupaban del culto de Dios, prestaban, por otra parte, una fe y obediencia ciegas á sus adivinos y brujos, cosa de que pude convencerme plenamente más tarde por muchos sucesos ocurridos durante mi estadía entre los indios en la Misión de (Bajo) Imperial.

En 1856 tratábase de escoger cuatro mensajeros de entre los más diestros en hablar, los cuales debían acompañar al P. Constancio á la capital para gestionar con el Presidente de la República varios asuntos concernientes al bien común de los araucanos. Para hacer la elección, todos los caciques principales se constituyeron en asamblea en la vecindad de la Misióu.

En esta circunstancia me encargó el P. Constancio, me trasladara á aquel lugar con el fin de anunciarles que los dichos mensajeros estuviesen listos para ir con él á Santiago dentro de tres días.

Llegado al lugar de la reunión, en compañía de un capitán y un mozo, me presenté al cacique principal, de nombre Lemunao, al cual encontré en medio de un gran círculo de indígenas, en punto de celebrar una ceremonia religiosa según sus costumbres. Terminadas las salutaciones usuales, dije al cacique que tenía que manifestarle una cosa importante de parte de mi compañero; mas él contestó que por el momento le era imposible imponerse del encargo y que lo haría después de concluida la ceremonia. Yo entretanto me retiré del círculo y me senté debajo de un árbol aguardando que terminase esta fiesta diabólica. Poco después me trajo una india en un plato de palo algunas presas de carne de diferentes animales, no faltando carne de caballo con papas cocidas, y así me restauré juntamente con mis familiares.

Hacia las tres P. M. me avisó el cacique que me presentaba al círculo, y luego monté el caballo y me aproximé. Entonces ví que en el medio habían plantado un árbol grande, al pié del cual estaba una machi, rodeada de las indias, que tenían pintadas las caras de color azul, y las cabezas adornadas con muchos adornos fantásticos, que suelen usar en las grandes solemnidades. Los hombres tenían también las caras pintadas, pero de rojo y negro. Habían guisado ya muchos corderos y ofrecido su sangre á Güecubu, autor del mal, y esparciendo en tierra algunas gotas de chicha, la bebieron y en seguida todos se pusieron á comer, pasando á la machi las presas mejores. Después de comer se levantaron todos,