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APENDICE

Por casualidad nos vino á las manos un mapa del Ecuador, no muy sembrado de nombres, y entre ellos muchos españoles encontramos allí los siguientes nombres de pueblos, ríos ó montes que se parecen mucho á palabras araucanas:

„Nulpe á n·olpe que lo balsee. Gualpi á Wapi y Walki ó Gualqui, como se escribe en castellano, Piquer á Pikər el lenguado. Cotacachi á kəchakachi quiero lavar. Pichincha á pichin che poca gente, Bilopan á Filupaŋ serpiente y león. Pinuncuy á pinon kuyəm arena agujerada, Chunchi á chumchi cómo, Machalilla recuerda á macha cierto marisco y lila era, Colon, che á coloŋ máscara y che gente, Machache á macha cierto marisco ó matra la canilla y che gente, Cachaví á Paicaví, Carihuairazo á karù verde y parawai espurio, Gualla á wala cierta ave acuática y á wella cierta planta, Gualaquisa á wala y kùde lumbrera, Guayaquil á wakilpe cierto pez.

En Panamá hay un lugar, llamado Aspiwal, otra vez palabra compuesta de elementos araucanos, y en Guatamala una ciudad, llamada Wallpa que es palabra mapuche.

Persiguiendo este camino de investigación caerían sin falta unos rayos luminosos sobre la cuestión del orígen de los araucanos y de los aborígenes americanos en general, envuelto hasta hoy en las más densas tinieblas y las más fantásticas hipótesis.

Mas esto es seguro para nosotros: que no han nacido del suelo americano, y que tampoco descienden de unos monos americanos. Nacieron en el centro de la propagación del genero humano, y llegaron á América en épocas en que aún existía un puente terrestre que uniera América con otro continente, ó arribaron á sus playas como audaces navegantes de la manera que se poblaron también las islas australianas.

En sus ideas religiosas no constituyen tampoco una excepción respecto á las demás naciones bárbaras. Sin duda creían los antiguos araucanos en tiempo de la conquista en la subsistencia del alma después de la muerte, y en seres superiores al hombre que influían sobre su suerte, y aunque no es absolutamente seguro que conocían el Ŋənechen ó Ng'nechen, con todo es muy probable. Aquella ley natural que según el Apóstol San Pablo está inscrita en el corazón aún de los gentiles, está grabada también en los corazones de los araucanos; nunca demostraban estrañeza al inti-