Hubo en Roma un flautero de algun crédito, llamado Príncipe, que solia hacer el son á Batylo, cuando danzaba en el teatro. Este en ciertos juegos, no me acuerdo cuales, al moverse rápidamente una máquina, dió sin pensar una gran caida, y se rompió la canilla izquierda, aunque hubiera querido mas que se le quebrasen dos de sus flautas derechas. Cogido en brazos y dando muchos gemidos, le llevan á su casa: pasanse algunos meses en curarse hasta sanar; y los mirones segun su costumbre y buen humor, comenzaron á echar menos al que con sus flautas avivaba la agilidad del bailarin. Estaba para dar unas grandes fiestas cierto personage, y ya Príncipe comenzaba á andar por su pie. Redúcele á fuerza de súplicas y dinero á que por lo menos se deje ver en público en el mismo dia de los juegos. Luego que llegó, comienza á correr la voz en el teatro. Unos afirman, que es muerto: otros, que saldrá luego á las tablas. Corridas las cortinas, remedados los truenos, bajaron los dioses á hablar en el teatro en la forma ordinaria. Entonces engañó al pobre flautero, el coro de músicos y su sabida cantinela, cuya substancia era esta: Gózate Roma dichosa por la salud de tu Príncipe. Levántanse todos á aclamar. y el flautero se deshace á besamanos, porque
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