Simónides, aquel mismo de quien hablé poca há, se ajustó en cierta cantidad con un luchador, para escribir las glorias de su vencimiento. Retiróse á lugar apartado; y como lo estéril del asunto detuviese el ímpetu del númen, usó como se acostumbra, de la licencia poética; é introdujo en su panegírico los dos Astros de Leda, probando con su ejemplo las glorias del vencedor. Pareció bien el poema; pero no recibió mas que la tercera parte del precio. Pidiendo lo demas, le respondió: aquellos te lo darán, que se llevan las dos partes de tus versos. Mas para que yo no tenga que sentir es despedirte enojado, vente á cenar conmigo, porque hoy quiero convidar á mis parientes, entre los cuales te cuento á tí. Simónides, aunque burlado y resentido de la injuria aceptó; por no romper del todo despreciando aquel favor. Volvió á la hora señalada y sentóse á la mesa. Brillaban en tan alegre convite las copas de vinos generosos: la casa adornada con magnífico aparato, resonaba en alegrías; cuando de repente dos jóvenes de presencia mas que humana, cubiertos de polvo, y bañado todo su cuerpo en sudor copioso, llegan y mandan á un criado, que les llame á Simónides, que le importa el no detenerse. El hombre aturdido llama á Simónides. Apellas habia este sentado
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