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LIBRO I.

Júpiter un rey, que con rigor refrenase sus licenciosas costumbres. Sonrióse el padre de los dioses, y las dió una vigueta pequeña, la cual arrojada de improviso, con el movimiento y ruido que causó en el agua, aterró á la tímida grey. Como esta vigueta se mantuviese por largo rato clavada en el cieno, por fortuna una de ellas sacó poco á poco la cabeza del estanque, y después de haber observado bien al nuevo rey, las llama á todas. Ellas, perdido el miedo; se acercan nadando á porfía, y la chusma desvergonzada brincaba sobre el leño; y despues de haberle ensuciado con todo genero de inmundicias, enviaron á pedir á Júpiter otro rey, porque era inhábil el que las habia dado. Entonces las envió un culebron, que con áspero diente comenzó á morderlas. En vano las desdichadas hacen por huir de la muerte: el miedo las embarga la voz. De secreto, pues, encargan á Mercurio, que pida á Júpiter, socorra á las afligidas. Eso no, las dice el dios: pues no quisisteis contentaros con vuestro bien, sufrid el mal que os ha venido: y vosotros tambien, ó ciudadanos, concluyó Esopo, llevad en paciencia este trabajo, no sea que os suceda otro tanto mayor.