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Amir y Arasi 101 —Valiente y altivo, exclamó Goncalves ¡ Hurra, patria de Artigas! ¡ Patria de valientes!

— Gracias — murmuró Amir estrechando la mano que le tendía el brasileño y ambos se abrazaron, espontáneamente y sin resentimientos.

— Como si fnera el himno de las reeoneiliaciones, vibraron elaras en el jardín las notas arrancadas á un violín por una mano bastante hábil. Amir se volvió.

— Por tu expresión paréceme que amas la música ¿es así, en efecto? preguntó Gongalves y él y Amir echaron á andar en dirección al centro de las habi- taciones. Este último respondió: — Á mí me enter- nece la música de... — Pero no acabó la frase; la música había terminado.

—Es mi hija — exclamó regocijado el señor Goncalves, y añadió: ¡Otra vez nos ha visto la pícara y se ha escapado por escotillón!...

Pero se equivocaba. — Sentada en un canapé y entretenida al parecer, en hojear un álbum de música, estaba Arasi.

— ¡Con que me equivocaba! — exclamó el señor Goncalves muy satisfecho y entrando á la estancia en compañía de Amir.

—La joven volvióse como si en realidad recién se hubiera percatado de que su padre no entraba sólo. Tenía el rostro, encantadoramente sonrosado; los ojos adorablemente brillantes. Bellísima, bellí- sima con su trajecito vaporoso de blanca muselina.

Su hermosa cabellera muy negra, sujeta al medio de la cabeza con una cinta del mismo color del tra- je, caía en preciosos bucles por sus hombros y su espalda.

Unas cintas prendidas con suprema gracia, casi