92 Margarita Eyherabide
— ¡Uno! — exclama. ¡Esto es uno! ¡He aquí el otro! y volviendo á colocarlo con devoción en el nido, saca el precedente. ¡Éste es el otro! dice... ¡Cómo si todos no fueran iguales! Y el niño que habita en la cindad se sumerge en la contemplación de estos delicadísimos tesoros, que son, en sus ma- nos sólo un juguete, y los revisa y los mira, y ¡acaba al fin por traspasarles un alfiler, y arrojar la yema conjuntamente con la clara, mientras ¡mu- chas veces asoma por el pequeño agujerito la cabeza recién modulada del pobre pollnelo!...
No diremos que Arasi? contó de antemano con gozar, en su paseo, de tan poco generoso placer, por qué Arasi es muy caritativa, pero Arasi supuso que pasearía á caballo y que llegaría hasta la orilla del río Yaguarón... ¡Ah! pero también Arasi, pensó mucho más: pensó qué, según le había dicho su papá, encontraría allí á un joven casi de su misma edad y Arasi acarició la posibilidad de hacerse ami- ga del adolescente.
¡Pícara poca suerte! cuando subió al coche que debía llevarlos de nuevo á la ciudad, la niña estaba muy triste. ¡Cómo que no había paseado á caballo, y no había tampoco encontrado un amigo en el cas- tellanito!
¡Bah! decididamente el paseo había estado feo, muy feo.
Y sin embargo, cuando no habían perdido aún de vista la casa blanca el señor Goncalves, preguntó á su hija: ¿Te agradó el paseo?
Arasi, sin reflexionar, contestó :—¡ Mucho, papá!
No obstante, notó la niña que una tristeza repen- tina iba adueñándose de su voluntad, que le pasaba una cosa muy rara y que le pesaba la cabeza y no tenía ganas de reir.