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Amir y Arasi tí

eree aún en la felicidad. Si das un paso en falso, si te extravías... ¡oh Amir, entonces... Dios y yo, solos. sabemos lo que será de tí!

La vida es muy corta, hijo mío, ha añadido mi madre.

Tú deliras por el mundo ¿miras acaso tu felicidad en su seno, en un seno que acoge con esplendores, pero que no prodiga cariños?...

Amir mío: si es cierto «que existe la felicidad, sólo la encontrarás en el seno de la familia. Hoy, bajo la mirada cariñosa de tu madre y mañana... en el fiel afecto de una esposa amante, y en el acen- drado cariño de unos hijos del alma.

— ¡Delirios extraordinarios! — ¡Conocerías el Egipto, conocerías el mundo entero! ¿Y luego?... luego, cuando estuvieras ya cansado, cuando fueras ya viejo, si quisieras volver los ojos al pasado, cada recuerdo feliz ó desgraciado, te robaría una son- risa seguida ¡ay! de una lágrima.

Y esas lágrmas, créeme hijo mío, esas lágrimas son la hiel de todos los desengaños; los desengaños del hombre que ha despilfarrado la fuerza de su juventud, que ha endurecido la ternura de su cora- zón. ¡Cómo miramos color de rosa la existencia, cuando tenemos un ser querido en el corazón!... ¡Qué amarga siente la noche de la vida, aquel que no ha podido saborear los deliquios del amor ver- dadero! —¡Ah! si quieres que no muera de dolor — me ha dicho al fin, mamá — no abrigues esas ten- dencias de un bohemio.

Y Amir, después de reflexionar seriamente, cerró el atlas y fué á debruzarse en la ventana de rejas.

— ¡Ah! —murmuró de improviso el joven—¿qué secreta atracción me trae todas las tardes á esta