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14 Margarita Eyherabide

suprema expresión de lástima — día á día me con- venzo de que soy un malo. Te hago sufrir, no tengo conformidad ¡soy un desdichado!

— ¡Pobre hijo!

— ¿Pobre? -— no me digas pobre. ¿No ves que esa palabra tiene la propiedad de enternecerme y, basta que me sienta compadecido para que mi corazón se rinda y estalle en lágrimas? Voz tan suave como la tuya no debiera consolarme jamás.

— ¡Ni siquiera quieres que te consuele!

— Quiero que me riñas esta vez.

— Pues te riño... marchándome. Adiós, malo, malo. ¡No! no quiero decirte, tampoco. malo. Eres bueno, bueno y bueno. ¿Comprendes esta manera de reñirte?

— Comprendo que no merezco ser hijo tuyo — y Amir siguió con la vista á su madre que se ale- jaba.

— En ese momento una voz retozona y suave, gritó con autoridad desde el jardín: — ¡Patrona!

— ¡Ah! — respondió doña Jova abrochándose con presteza un delantal negro y secándose una lágrima que le corría por la mejilla. Ven Panchito. ¿Cómo has vuelto tan pronto? Apuesto á que nada has conseguido — y lanzó un suspiro de gran pesar.

— Yo --comenzó á decir Panchito — deseaba y pedía á Dios ó al diablo que mi viaje reportase algun provecho pa la casa. No he podido eonseguir- lo, patrona. En la Cuchilla la gente dió en contes- tarme que estaba muy pobre. ¡Pobre! — como si las ratas no fueran más pobres y no desperdiciaran los huesos.

¡Pero no! — ellos no quieren, ni las plumas, ni la carne, ni los huesos, — y esto lo decía Panchito con calma.