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Amir y Arasi 1

En efecto: una techumbre de paja era lo que arrastraba la corriente impetuosa y encima, enca- ramado, vacilante. ebrio de terror, un pobre anciano navegaba...

Un viejecito, enfermo y cansado, se había en- tregado tranquilamente al sueño, ajeno á la sor- presa que le preparaba su avieso destino. Siente repentinamente, un erujimiento que no cesa. Escu- cha... Como un relámpago se ilumina su idea; salta del lecho, un pobre lecho y trepa al tirante; con una pequeña arma blanca que guardaba siem- pre debajo de la almohada. corta los tientos que sujetaban la paja á la madera. El pobre hombre, apenas tuvo tiempo de efectuar esta indispensable operación. Cuando logró conseguir una postura medianamente cómoda. en la andante ruina ya el techo nadaba como si fuera el más apuesto cisne.

Pero esto no pasó de ser una traviesa apuesta de la suerte;—fué un negro susto que le hizo latir el corazón como en los días juveniles; más fuerte aún, si cabe, pues el pobre viejo, cuando, después de semejante empacho de miedo, se vió embarcado en una bonita lancha que lo llevaba á la cindad de Yaguarón, se encontró sin fuerzas para modular el

    • “ Yo, cuasi muero ””, con los ojos extremadamente

abiertos y el semblante más blanco que la seda ceti.

—¡ Ay! — murmuró Amir compadeciéndose de todos — ¡pobres los Artiguenses!... se han visto precisados á dejar sus casas y huir á la Cuchilla ó Yaguarón y volviéndose á doña Jova — Mamá — la dijo —¿y nosotros á donde vamos si el agua llega hasta nuestras puertas? — ¡Oh! suspiró doña Jova —será la primera vez; pero no llegará hasta allí... Hijo; no podrá ser.