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64 Margarita Eyherabide

la cabeza hasta los pies con cierta gentileza, cepilló una pernera de su pantalón qué, con el inusitado atolondramiento de su amo había salido bastante mal librado y sentándose en tan buena posición que podía verse de cuerpo entero, eruzó una pierna por encima de la otra y esto era otra debilidad ó cos- tumbre del joven; recostó la cabeza en la palma de la mano, el codo sostenido en un ángulo de la mesa «le luz y se quedó meditando y aquí es menester que ponga de manifiesto que Amir meditaba siempre.

Algo retumbante resultaba siempre, de las medi- taciones de Amir y esta vez no había de desvirtuar el joven las ideas que respevto á esta circunstancia, sus amigos y aún su madre, conceptuaban muy con- concretamente. Así, pues, Amir quitóse la mano de la frente, deslizó su pierna derecha de encima de su complaciente hermana la pierna izquierda, pusóse en pie y con indescriptible buena fé, no exenta de un donaire bien entendido, comenzó á coger religiosa- mente pero en apretado montón. sábanas, edredón, cobertores, ¡la mar de cosas, —se decía in mente Amir, -- que era todo aquello.

Pero el disgusto de Amir era más hondo de lo que podemos colegir por sus ademanes y sus accio- nes, era un disgusto que se había diluído en una pena muy honda que le comprimía el corazón.

Amir había pensado lo que ya se le había ocurri- de otras veces: No tenía padre; el era pues, el jefe de la familia ¡qué jefe! un jovenzuelo que se hallaba bonito y se miraba al espejo con la compla- cencia de una presumida. Soy un coquetón, un pazguato, se dijo. ¡Lástima debo inspirar con mis sandeces! y, echando todo á un lado, salió de la alcoba con un aire de discreta arrogancia que le