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Amir y Arasi 51 podría ir yo? ¡Oh! eso no, sostuvo doña Jova ¡eso no. quevido hijo! —- Pero yo tuve miedo.

Fuera de las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde en que don Alvaro volvía á sentir incómoda pesadez en la cabeza, acostum- braba sostener con su mujer y su hijo una con- versación que se reducía generalmente á monosí-


labos

—-¡Amir! murmuró don Alvaro, que ese día se sentía más abatido. Dejó caer la cabeza sobre la almohada, y su mirada permaneció fija en el joven.

Éste se acercó al lecho y besó la frente de su ire. Luego se retiró un poco. murmurando: — ¡cuánto tarda el médico!

Con voz opaca y aproximándose de nuevo: Papá — dijo —he aquí una carta, que, según erco, es de mi tío Jorge. Viene dirigida á usted.

-—¡Ah! y don Alvaro se incorporó. Sus ojos tenían un brillo apagado y sus mejillas descarna- das y los huecos de sus ojeras, dábanle un aspecto



eadavérico.

Sin notar el estremecimiento que había sobreve- nido á Amir, al comprender éste que su padre se- guía mal, dijo apenas don Alvaro: — Rompe la cu- bierta y lee.

Amir, con el corazón oprimido por un extraño presentimiento, aproximóse á la ventana y comenzó á leer con voz temblorosa: La carta estaba fechada en Montevideo y decía así:

Mi querido hermano Alvaro: — por tu socio, el señor B., he sabido con toda posibilidad del estado de tus negocios. Atiende mi querido hermano y perdona si empiezo ésta ineomodándote con alguna