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222 Margarita Eyherabide


Con pasos ahogados, un brazo cruzado sobre el pecho y el otro alzado sosteniendo la barba con la mano, un hombre se detuvo á unos pasos de la joven. Su rostro grave pareció querer adivinar en aquellos sollozos, el alma de la que así se quejaba.

Como sumergido en honda y dolorosa medita- ción y con una emoción profunda, miró á la joven, que parecía la visión de un ensueño, tendida sobre oscuro y apagado manto de sombras.

Suspiró profundamente y dió un paso hacia la Magdalena. Inclinóse y tocóla suavemente en las manos: — ¡Árasi! murmuró con inmensa ternura.

La joven se incorporó y echóse instintivamente hacia atrás.

— ¡Usted! --exclamó estremeciéndose y con la voz cuajada de extraño reproche y desprecio á la vez y, caminando hacia atrás, dióle inopinada- mente la espalda. ..

— ¡ Desgraciada! murmuró Amir, pálido y retro- cediendo también, pero al verla huir, aferró su mano al puño de Arasi, en tanto que esta dirigién- dole una mirada extraviada, intentaba vanamente desasirse de las manos que la oprimían.

— ¡Perdón! — exclamó Amir más tierno que nunca y con una dulzura conmovedora Arasi ir- guióse y rechazólo, pero Amir, aprisionándola en- tonces entre sus brazos, la apretó con fuerza sobre su corazón, sofocándola, hasta hacerla daño.

— ¡Dios mío ! pudo articular apenas Arasi y Amir levantando con su mano la hermosa cabeza de la joven, clavó sus labios á los de ella, en delirio santo. o

Gomo rompiendo el encanto de la soledad, una voz gritó á espaldas de ambos jóvenes: — ¡Sublime