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203 Margarita Eyherabide

CAPÍTULO XVI

Niempre viene un nuevo día...

Amir parecía de nuevo el muchacho de catorce años «uando corría montado en ** Ninón ”” con el som- hero en la nuca y las mejillas encendidas. Con los ojos más brillantes; con la tez más blanca y haciendo resaltar mayormente la cabellera negra, Amir, hen- chido de alegría porque pisaba otra vez los campos de la patria, miraba hacia todos lados y cada dirección hacía nacer en su mente un recuerdo. Allí la tienda donde había estado tantas veces, cuando era pequeño en compañía de Panchito ¡Pobre Pan- chito! Que fea está ahora la tienda, más fea que antes.

¿El pulpero, un hombre joven, simpático, bona-

chón?... —¡Bah!— murió en la guerra, igual que Panchito. El dueño de esta casita apartada con huerta ahora inculta? — ¡oh! — murió en la guerra.

— ¿Sus hijos? —¡ Dios mío! — murieron en la gue- rra, Qué tristeza ¡que transformación por todas partes!...

““ Pero arriba, alumbra Febo, como siempre; los campos reverdecen otra vez, sin que los sieguen sin medida los cascos de las caballerías. Los pájaros cantan... el gallo casero, alza su voz de alerta... >” Todo parece más triste y á la vez todo parece más alegre: ¡es una contradicción! —¡Pobres los que murieron! ¡Aliento á los que quedan!

— ¡Ah! se dice Amir; con todas sus tristezas, mil veces la patria propia. En la patria de uno se creen