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198 Margarita Eyherabide


La pobrecita tiene clavada en el alma la espina de tu desvío. Y cuesta mucho quitar esas espinas del amor propio.

La mas buena se revela y luego, adorando, des- precia. Es soberbio el desprecio de una mujer buena que ha sido ofendida. Como no tienen fuerzas para odiar, desprecian enormemente con un aire regio, ¡son las soberanas del amor! Y olvidan, despreciando ¡ Divino orgullo tranquilo que mantiene libre la dig- nidad!

— ¡Ah! altiva ella, altivo yo... mamá ¿qué crees «ue sucederá luego? preguntó Amir con tristeza.

— Sucederá... que apartados los dos seguirán por una senda extraviada...

— Hasta que se rompa uno de nuestros dos cora- 70n€s.

— Calla, hijo — ¿pero olvidas la invitación del joven médico? ¿que piensas hacer? Amir titubeó u» instante y luego dijo:

— Inventaré un pretexto... —Irme á la casa blanea, por ejemplo ¿no te parece?

— No; es preciso que aceptes el ofrecimiento de César.

— ¿Para no ver á Arasí?

— Aunque no la veas.

— ¿No significará esa decisión, una rebelión di- recta contra ella?

— No la tomará de ese modo, ó sabrá perdonar. y doña Jova añadió... ¡aunqué sea esta vez!

— ¡Oh, madre buena! — esto sí que se llama sufrir el calvario. Amando á una mujer y siendo amado, quizá, por ella, sólo tengo el sufrimiento. Una prima que pudiera servirnos de intermedia- ria, es discreta al punto de que no la he visto jamás;