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— ¡Vamos! — murmuró Amir por lo bajo — ¡ol menos es razonable! — Un coro de risas le interrum- pió. “La brocha”? volvió la eabeza y se tiró de la es- calera en que estaba retrepado. Amir, llevado por la enriosidad miró hacia el patio vecino. — Una linda sirvientita morena, barría y barría con una escoba. las baldosas del pavimento. ““La brocha”” se le acercó hecho un chingolo:—Yo quiero decirla que no la barra — la dijo — que el polvo se pega á la pared. La linda sirviente no le hizo caso — ¿Oye ñ no oye? ¿Comprende? ¿Comprende ó no compren- de? siguió imperturbable “* La brocha ” con aire altanero.

— ¡Oigo! — pero altiva y desdeñosa la sirviente, continuó en su ocupación “La brocha?” volvióse ha- cia Amir. — Yo le digo á la mochacha, que no barra — dijo —- y la mochacha como está ahí de rosita, si- gue barriendo. Muy bien que si vo le diera una... la mochacha no había de barrer más.

La sirvienta se puso roja de indignación. — Le- vantó el palo amenazando al atrevido y dando un portazo, desapareció por una puerta que acababa de ser blanqueada.

— Eso es! y “La brocha”” dejó caer los brazos con desaliento —¡ Dale trompadas á la puerta, no más... ¡dale trompadas!...

Volvió á treparse á la escalera y cazó el pincel con la misma calma que si nada le hubiera hecho calen- tar la cabeza. Amir sintió un cosquilleo de risa: admiró la idignación de la sirviente y el atrevi- miento del hombre y sin embargo, temió rematar la escena con el aplauso de una carcajada.

— ¿Esa señora que está allá es la madre de osté? — preguntó entonces “la brocha””, ya muy cam-

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