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162 Margarita Eyherabide joven riendo — cierta vez me entregué al reparo de Morfeo con la carabina ceñida á la espalda...

— Y el diablo, ó el señor Luzbel muy buen sujeto, ansioso por jugarle una buena treta al dios del sueño, se alisó sus rizos brillantes de aceite, respin- góse picarescamente la nariz, te cogió por la punta de una oreja y ¡zas-trás! á los pagos viejos... riendo á dos carrillos de los emperingotados Mor- feo y... ¡diantre! ¿cómo demonio se llama el dios de la guerra?

Amir rió cordialmente.

— ¡Ah, tunante! añadió el señor Garrido feste- jando de algún modo su oportuno chiste. Dios 5 Diosa...

—¡ Y bien! y Amir aproximóse al señor Garrido. — Señor Garrido...

— Eh, joven”... ¡Vamos! —¿Algo tienes que comunicarme? — Ya sabes que estov á tus órdenes y que en todas las circunstancias soy tu amigo. He reconocido siempre en tí, á un joven de muy buenas


condiciones v tengo el eusto...

— ¡Oh, gracias, señor! ¡Gracias! — le interrum- pió Amir, conmovido por tan franco y amable reci- bimiento. Y abordó rápidamente el objeto principal que le había llevado al despacho del rico comer- ciante.

— Señor; hemos resuelto definitivamente mi ma- dre y yo, alejarnos de nuestra casa de campo, durante este período de disidencias intestinas en nuestro país. En tal caso, como me reconozco con algunos méritos para solicitar un puesto que tengo la convicción de llenar debidamente...

El señor Garrido le tendió la mano sin dejarle concluir: