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Amir y Rrasi

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El joven volvióse y envolvió á su madre en una mirada de amor.

— ¡Sabré esperar para poder vencer! murmuró. Tengo una fuerza de voluntad que no se doblega per nada ni ante nada. Quiero ser digno, quiero merecer por mí mismo. Adios, mamá, hasta pronto Inclinóse y depositó en la frente de doña Jova, el más sincero, el más piadoso beso de un hijo.

Amir, desechando con cierto orgullo, la idea de ver al padre de su amada, para conseguir por su mediación, cualquier empleo decente, recordó á algunos amigos de su familia, también orientales y que á la la sazón, y por las mismas causas, hallá- banse radicados en la ciudad brasileña.

— No hay más — pensó el joven.-— Me voy á ver al señor Garrido. Es un hombre de corazón y no me despachará así como así.

Acababa de ocurrírsele al joven una idea salva- dora; en verdad ya había supuesto Amir que la mala fortuna estaría cansada de jugarle malas pa- sadas.

Y no se equivocaba el joven.

El señor Garrido hallábase en su despacho; Amir fué inmediatamente introducido hasta él.

— ¡Cómo, mi joven amigo! —exclamó el señor Garrido, al verle ¿y la carabina? ¿y el máuser?

— Vaya, querido señor Garrido — contestó el

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