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156 Margarita Eyherabide


—:¡Al sacreficio! — El dolor, como una maldi- ción, había de tocar todos los instantes, el corazón de aquella madre infeliz.

— Mamá — dijo el joven sin alzar la frente. — Amo una causa y debí luchar por ella, hasta morir. Panchito si ha muerto, murió gloriosamente. — Yo he huído, yo, mamá, me avergonzé de mí mismo; comprendí que había dejado á una pobre mujer, sola, sin recursos ¡quizá abandonada! Llevado por cl ardor de la juventud, pensé en los peligros con ansia de mezclarme en ellos. ¡ Pensando en el peli- gro de la patria, había olvidado el peligro de mi madre!


Y hoy he dejado de nuevo las filas para correr en socorro tuyo. ¡Oh madre mía! —si todos los orien- tales que abrigan mis ideas y que por ellas van


á exponer su vida, se hallaran en mi situación, la

patria estaba... ¡Dios mío! ¿y qué sería de ella?... y añadió moviendo la rtabeza: —La patria es- taba... ¡Oh patria mía!

Volvióse el joven para ocultar una lágrima, y abrazósc á su madre, impidiéndola hablar. Y allí al oído, le contó de sus esperanzas y le habló de tris- tezas pasadas.

Luego permaneció el joven indeciso é inquieto. Su semblante ruborizóse y preguntó: —¿y á ella, mamá?... á ella ¿la has visto?

Sonrió doña Jova tristísimamente y dijo: —¡Sí! Y añadió como pesarosa... — Aún conservan sus mejillas el espléndido rosado pálido que le hace tan bella; pero su hermosa sonrisa ha desaparecido y su enerpo ha adelgazado ¡parece el ángel de la tristeza, Amir!... Y en un dejo de dulce bondad y guiada por cl afecto de la reconciliación generosa, continuo :