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Amir y Rrasi 123


— Sí. pero eso de andar de noche, por estos cam- pos de Dios,... miren si... A Camilo le había hecho gran bien el suecñiecillo, porque estaba tan consejero que Amir se inclinaba á admirarse...

El joven sonreía, haciendo easo omiso de las re- convenciones que entrañaban las frases de Camilo, quien, tenía la poca suerte de hablar siempre extem- poráneamente y sin tino alguno. El pobre compren- día muy bien la desgracia que le había caído en suerte — que él sabía llevar bien y sin mayor resen- timiento — y habituóse á tener constantemente el pico cerrado y á abrirlo, únicamente en las cir- cunstancias más precisas y por no pasar totalmente por un mudo. ¡De ahí que Amir se extrañase de que Camilo se atreviera á hablarle y á darle con- sejos!

Por lo demás, Camilo, con todo su aspecto de mulato de facciones un tanto toscas que le prestan un aire de desafío, es un excelente servidor, y Amir tiene muy en cuenta sus cualidades.

Mordióse Camilo los labios al convencerse de que había dicho una sandez soberana y que el no tenía nada que ver con los asuntos privados de don Amir y tornó á cerrar el pico.

— Pobre Camilo — murmuró Amir, tú eres la dis- ereción misma y no me afano por rogarte encareci- damente, que guardes reserva, respecto á esta clan- destina salida mía de la casa blanca.

— El señor puede estar tranquilo — y ya Camilo solo se atrevió á añadir: pierda cuidado el señor.

— Me lo prometes ¿verdad ?

— Bueno; gracias, Camilo, — continuó Amir sal- tando del bote que había tocado ya, la costa Uru- guaya.