Amir y Arasi 119
— ¡ Mucho. sí! — repitió la niña con vago acento encantador.
— ¡Adorada mía! —¿pero no me olvidarás algu- na vez?
— ¿Cuándo? — preguntó Arasí — ¿enando me olvides tú?
— ¿Olvidarte yo? ¡Jamás!
— Aunque me olvidaras — dijo entonces la niña, — aunqué me olvidaras, no podría olvidarte, no. Además; ¿es tan desgraciada la condición de las criaturas, que hasta el amor se puede olvidar?
— Creo, amada mía — murmuró el joven — que el verdadero amor es eterno; no muere nunca.
—;¡ Eterno ha de ser entonces el que por tí siento! Ay, Amir; si un día me olvidaras... pero eso no podrá suceder jamás ¿no es cierto? Los que olvi- dan han de ser indudablemente seres sin corazón y prueba de ello es que los más graves y profundos razonamientos no alcanzan casi siempre á vencer los impulsos de cada ser. ¡Es una eterna lucha en- tre el corazón y la cabeza!
— ¡Cuántos engaños — murmuró Amir, y cuán- tas ilusiones locas y cuántas desesperanzas á la par!
Pero no añadió entre nosotros no puede existir la inconstancia y ni siquiera la duda. Nues- tro amor será tan grande como el que sintieron Dido y Eneas...
— Amir, Amir — le interrumpió Arasi —no com- pares nuestro cariño con el que enloqueció á Dido y llegó más tarde á sembrar el olvido que preparó la huída del ingrato Eneas.
—¡Ah mi adorada! — dijo Amir sonriendo al notar la inquietud de Arasi. Después de hecha mi comparación me cabe el placer de añadir, para con-