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Amir y Arasi 117

— ¡Qué dulce es el sufrimiento — murmuró la joven suspirando — cuando de tí proviene!...

— ¡Mi vida! ¡Sufrir por mí! y Amir se mordió los labios. No sufras, no padezcas, ¡sé feliz! ¿Me perdonas? Si te veo triste, sufriré más aún.

— No — murmuró Arasi. — ¿No sabes que siento una dulzura suavísima cuando pienso en tí y que esa dulznra está impregnada de melancolía? — ¡Qué suave es, entonces, estar triste y es esa tristeza que siento, no por tí ni por mí, sino por nuestro mutuo cariño. ¡Es mi alma la que está triste. pero triste de felicidad !

— ¿Cómo, amada mía, la felicidad que experi- mentas puede tornarte triste?

— No te extrañe, eso, Amir, porque la verdad es, contestó Arasi. Siento en lo más profundo de mi alma, algo que rechaza la alegría y en todas mis manifestaciones de ternura, se advierte siempre, una sombra profundísima de tristeza, que no es, empero, amarga. Es una tristeza buena, una tris- teza piadosa, una tristeza bendita... La música ¿ves? me enternece, me conmueve, pero me sume en una tristeza más triste aún. Los cantos alegres no me deleitan, en cambio, los tristes... me hacen de- rramar lágrimas de consuelo. —¡Es el consuelo de las hermanas! — la tristeza viajera consolando á la tristeza innata... y eterna...

—Continúa, continúa, — murmuró Amir enter- necido.

La joven añadió dulcemente: Lejos de tí, amo la soledad, amo el silencio, amo la calma. Desprecio el bullicio, y miro eon conmiseración la alegría.

Considero que la alegría no sienta 4 mi alma que es tan melancólica y no sienta á mis ideas, que son más bien serias...