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114 Margarita Eyherabide


Caminó aún, unos pasos, y halló la tapia de un jardín.

Empújola y la tapia cedió: — estaba abierta, quizá por olvido, quizá de intención...

El joven se internó con rapidez en un sendero bordeado de esbeltos rosales. Al llegar al término de este camino miró con detención el frente de un edificio que se alzaba á pocos pasos.

Escudriñó con sigilo... La fachada permanecía á oscuras. De pronto, una llama osciló, con las titi- laciones que imprime la brisa, á puca distancia de donde se hallaba el joven.

Pero sólo duró un instante.


Entretanto, apoyada languidamente en el res- paldo de una otomana, Arasi, temblorosa y palpii- tante de amor y de miedo, miraba con asombrados ojos el jardín y juntaba las manos, asustada de la tétrica oscuridad de la noche.

— ¡Oh! murmuró al fin la joven ¡no viene! Las sombras son muy densas... ¡no viene!...

Pero un rayo de ventura brilló en sus ojos de pupilas intensísimas y profundas.

— ¡Oh!— dijo entonces. —¡ Vendrá! Él que es tan valiente, él que tanto me ama, vendrá... y la joven acercóse al balcón, y apoyó la hermosa cabeza en la balaustrada.

De improviso, un sueudimiento nervioso recorrió