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Milton.

cucion del rey Cárlos, no porque la Constitucion declare al rey exento y libre de responsabilidad; que bien sabemos que estas máximas, por excelenles que sean, tienen á las veces sus excepciones; ni tampoco porque el carácter del monarca decapitado nos inspire la menor simpatía; que su sentencia de muerte lo definia con perfecta justicia calificándolo de «tirano, traidor, asesino y enemigo del pueblo, sino porque nos hallamos intimamente persuadidos de que el regicidio fué muy perjudicial à la libertad. La persona de Cárlos era una garantía, y al desaparecer, los realistas trasmitian sus derechos en toda su integridad á su hijo, que estaba libre. Los presbiterianos no hubieran podido reconciliarse nunca por completo con el padre; mas contra el hijo ningun odio tenian. Por otra parte, la gran mayoría del país se mostró tan opuesta á la ejecucion de Cárlos I, que, áun siendo inmotivada su actitud, ningun gobierno podia arrostrarla sin cometer grave imprudencia.

Pero así como hallamos censurable la conducta de los regicidas, la de Millon nos aparece bajo muy distinto aspecto. No era posible resucitarlo. El mal estaba hecho; lo prudente, lo patriótico, era alenuarlo. Eso hizo Milton. Así es que al propio tiempo que. hallamos censurable la conducta de los jefes del ejército por no haber cedido à las corrientes de la opinion pública, reputamos digna de alabanza la del poeta por haber tratado de cambiar su curso. El propio impulso que nos hubiera vedado cometer el acto, nos habria movido, una vez perpetrado, á defenderlo y preservarlo de los trasportes de servilismo y de supersticion del pueblo inglés. Por amor á las libertades públicas, hubiéramos deseado que no se hiciera lo que la nacion desaprobaba; mas, tam-

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