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Milton.

el órden y la justicia, erigidos en sistema, surgen del caos.

Los políticos de la época presente acostumbran á establecer como principio de verdad incontrovertible y evidente por aí misma, que ningun pueblo debe ser libre antes de hallarse en aptitud de usar de su libertad; máxima digna de aquel loco que determinó de no echarse al agua hasta saber nadar, porque si los hombres hubieran de aguardar la libertad hasta que el ejercicio de la esclavitud los hiciera dignos de ella por su prudencia y su virtud, esperarian siempre en vano.

Hé aquí por qué precisamente aprobamos la conducta de Milton y de los hombres honrados que, à despecho de cuanto habia de repugnante y de ridículo en la conducta de sus aliados, permanecieron fieles á la causa de las libertades públicas. No creemos que nadie haya acusado al poeta de tomar parte en los censurables excesos de su época; en cambio, condenan sus enemigos la línea de conducta que adoptó respecto de la ejecucion del Rey. Por lo que á nosotros respecta, reprobamos la sentencia de Cárlos; pero tambien diremos, impulsados de la justicia que debemos á los hombres eminentes que en ella tomaron parte, y sobre todo á Milton que la defendió, que nada es más absurdo que las recriminaciones bajo cuyo peso se abruma á los regicidas desde hace ciento sesenta años.[1] Nos hemos abstenido constantemente de apelar á cierto órden de ideas, y no recurriremos ahora á ese medio; pero si volveremos à recordar el caso análogo de la Revolución, preguntando: ¿Qué dife-


  1. Este ensayo se publicó la primera vez en la Edimturgh Review de Agosto de 1825.