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Milton.

injurias, ni el destierro, ni el abandono fueron parte à turbar la tranquila y majestuosa serenidad de su paciencia. Su carácter no fué nunca vivo y animado; pero sí por estremo igual: fué grave siempre y casi austero; pero no hubo sufrimiento fisico ni moral que lo tornase sombrio ó taciturno, y, al cabo de su vida, despues de haber experimentado cuanta desgracia puede abrumar nuestra existencia: la pobreza, la vejez, la ceguera y los dolores morales con su inmensa pesadumbre, cuando se recogió á su albergue para morir, lo hallamos igual, idéntico á la época en que, en visperas de grandes sucesos, regresaba de sus viajes, en la flor de su vida y de su varonil belleza, rodeado de gloria literaria y lieno de patrióticas esperanzas.

A esta circunstancia debe atribuirse el que habiendo escrito el Paraíso perdido en una época de la vida en la cual las imágenes de la belleza y de la ternura empiezan de ordinario á marchitarse, aun en aquellas almas que no las han visto veladas ú obscurecidas ó borradas, tal vez, á impulsos de la zozobra y del desencanto, Milton lo revistió de cuanto hay de más bello, armonioso y seductor on el mundo físico y moral. Teócrito y el Ariosto no lograron tener un gusto más delicado y exacto del encanto de los objetos exterioros, ni amaron más que él los rayos del sol, las flores, el canto de las aves, los sabrosos frutos con que convida el verano, y la plácida frescura de las fuentes sombrías. Su manera de concebir el amor combina y mezcla y confunde las voluptuosidades del harem oriental, con la galantería de los tiempos caballerescos, y el afecto puro y tranquilo del hogar inglés. Su poesía nos recuerda los maravillosos espectáculos que ofrecen los Alpes, donde las rosas y los mirtos flo-