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Federico el Grande.

los cosacos, y se acostó en un monton de paja en las ruinas de una granja, no sin enviar á Berlin otro despacho muy distinto del primero, y en el cual decia: «Salga de Berlin sin pérdida de tiempo la familia real. Envíense los archivos á Postdam. La capital puede entrar en tratos con el enemigo si las circunstancias lo exigen.» Sus pérdidas eran enormes: de los cincuenta mil hombres que la mañana de aquel dia mismo marchaban con denuedo sobre los contrarios guiados de las águilas negras de Prusia, no le quedaban más de tres mil. Excusado nos parece decir que con esto pensó de nuevo en el sublimado corrosivo. Escribió varias cartas despidiéndose de algunos amigos, é indicando aquellas disposiciones que le parecian más convenientes despues de su muerte, y concluia en una de ellas diciendo: «Ya no me quedan más recursos; todo está perdido, y yo resuelto á no sobrevivir á la ruina de mi patria. Adios para siempre!» Perdido parecia todo, en efecto; pero las rivalidades y querellas mutuas de sus enemigos les privaron de recoger el fruto de la victoria, pues malgastaron en disputas algunos dias, cuando sólo veinticuatro horas, en aquellas circunstancias, y dado el temple y condiciones de Federico, valian tanto como para otro general meses enteros. Al dia siguiente de la batalla, Federico tenía diez y ocho mil hombres á su alrededor, y de allí á poco doce mil más; y con la artillería que le mandaron de las fortalezas vecinas, en breve se halló al frente de nuevo ejército. Pero si bien con esto se amparaba la capital por el momento, una serie de no interrumpidas desgracias abrumó entónces á Federico: uno de sus generales se dejó coger en Maxen con una fuerte