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ESTELA

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ante desgracia semejante, salió de su casa, tomó un coche, el primero que encontró a mano en aquellos momentos, y se dirigió a la casa comercial de que era empleado, con el propósito de pedir un anticipo a cuenta de su sueldo, a fin de responder con él a los gastos mortuorios que la defunción de su madre hacia indispensables, Pero no encontró á nadie allí: sus patrones habían salido al campo el día anterior, huyendo del contagio que se esparcía cada vez mas, como un soplo de muerte, sobre la infortunada Buenos Aires. Mas desesperado que nunca ante esta circunstancia que no pudo prever su espíritu atribulado; creyendo morir en situación tan impropiada, recorrió como un loco las calles desiertas de la ciudad, fijando sus extraviados ojos en todas direcciones, como si buscase algún ser a quien suplicar lo sacara de aquella situación angustiosa. Así anduvo largo rato, vagando sin rumbo, hasta que al fin, al embocar a la Plaza de la Victoria, atinó a ver un joven elegante que la cruzaba con paso firme y rostro sereno, en medio de aquel silencio sepulcral, interrumpido solamente de vez en cuando, por el tránsito de algún acompañamiento fúnebre, Hiz0 parar el carruaje que le conducía, tiró se al suelo, y, dirigiéndose resuelta y prontamente hacia el referido joven, díjole: '