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ESTELA

nada que resaltara a las exigencias de la comodidad, la belleza y la higiene: todo se había consultado! En lo que realmente se había excedido nuestro portugués, era en el dormitorio. Aquello era algo como esas mansiones árabes de las Mil y una noches, no tanto por el lujo allí desplegado, sino por la manera especial con que todo estaba dispuesto. Una mano experta y delicada, había presidido, sin duda, aquella obra primorosa. Así es que todos, sin distinción de sexo, celebraron el buen gusto del portugués en la dirección de aquel trabajo, felicitándole ardientemente por ello. Las mujeres, sobre todo, que debían ser las llamadas a gozar las excelencias de aquel nido de amores, no se cansaban de dar la enhorabuena a su dueño. Ese día inauguró, pues, este su comedor, y a la noche su dormitorio, en medio de la mas franca y cordial alegría. A la media noche, cuando nadie podía tenerse ya en pie por el exceso de las bebidas, el portugués apretó el botón de su silla, quedaron vacantes los asientos de cabecera, y la orgía empezó mas furiosa y mas libidinosamente que nunca.

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