por una tenue gasa vaporoza que afectaba la misma forma del volcan, pero desprendida de él i dejando traslucir la forma del cráter como al través de un velo. Es imposible describir el elegante efecto que producia, como aventurado el pretender dar una idea clara de tan bello fenómeno. Una corriente húmeda detenida sobre el volcan, condensaba sus vapores al contacto de los hielos eternos que lo coronaban.
A las 2h P. M. se continuó el trabajo hácia el oriente, marchando con celeridad en busca de un abrigo para pasar la noche i guarecer nuestros botes. El trabajo siguió sin interrupcion hasta las 6h 30m de la tarde, que llegamos a la boca de un pequeño rio que baja del volcan Calbuco, punto que, después de los antes citados, es el único que ofrece abrigo a botes en todo el tramo de costa recorrida.
El trabajo del dia fué de mas de 20 quilómetros, lo que se facilitó merced a hallarse la costa cubierta de piquetes blancos colocados por el injeniero de la colonia, para la mensura e hijuelacion de aquella rejion.
El rio en que alojamos baja del Calbuco por entre prolongados cordones de cerros, i lo calificamos rio del Salto por tener uno pequeño no mui lejos de su afluencia con el lago. Su caudal es pobre; pero una vez salvada su estrecha boca, se ensancha, se hace profundo i remanso, ofreciendo buen abrigo a pequeños botes.
La costa que forma la punta que hemos llamado Oriental, es mui acantilada i de formacion diorítica, con una profundidad que cae a plomo al lado de su ribazo. Las capas terrosas i aluviales que se notan al occidente, se inclinan de 30° a 35° bajo el horizonte, haciendo resaltar de la manera mas notable el solevantamiento a que debe su relieve la mencionada costa.
Las riberas del rio del Salto así como todos sus acarreos, son formados esclusivamente de escorias i lavas volcánicas; lo que nos indujo a sospechar que sus aguas debian correr por sobre alguna corriente de lavas del viejo Calbuco. Estas materias volcánicas eran negras, grices i de color ladrillo, i en fragmentos redondeados i tan grandes como la piedra de las calles de Santiago.
Desde la última estacion, en el rio del Salto, notando la regularidad del volcan Osorno, marcamos su cúspide i los estre-