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practicada por tres de nuestros guias lo declararon inabordable en este punto, de manera que contra toda mi voluntad tuve que retroceder.

Antes de apartarnos de esa cumbre majestuosa, nuestras miradas escudriñadoras no dejaron un palmo sin recorrer. Al pié de las nieves se estendian praderas cubiertas de pequeñas plantas; éste era tambien un lugar mui a propósito para ver que el Calbuco es un verdadero volcan, pues mostraba claramente su cráter destruido ya, principalmente por el N. i el S. i relleno en parte con grandes trozos de lavas que han caido de los bordes; la fig. 2 de la lám. I muestra de una manera sencilla su disposicion jeolójica: c es la masa del volcan, compuesta de traquitas antiguas que pasan a fanolitas, asemejándose bastante a las de igual naturaleza que existen en Auvernia; son bastante porosas i los cristales feldspáticos mui visibles; su color es plomizo i se parten en trozos angulosos o lazos. Sobre estas traquitas, que forman a veces barrancos de 100, 200 o mas metros de altura, descansan capas inclinadas a uno i otro lado del cráter, de lavas rojas i negras, que probablemente representan otras tantas erupciones; pero mas abajo las lavas desaparecen i ya no se ven mas que las rocas arcillosas de la costa de Coihuin i Lenca. La superficie libre de las lavas comienza a descomponerse lo suficiente para que se note que sobre ellas descansa una especie de depósito sedimentario, sobre el cual crecen algunas plantas. Por la escotadura boreal del cráter se divisaban grandes rocas rojizas que existian en su fondo, que en la fig. 2 de la lám. 1 están representadas por d; es imposible que estas rocas provengan de la demolicion de los bordes; parecen mas bien las últimas lavas de una erupcion, que han salido a medio fundir. No puedo juzgar de la estension del cráter; pero me parece bastante grande.

Hasta el punto en que nos hallábamos colocados, habíamos ascendido unos 900 metros, encontrando siempre en mi trayecto los vejetales que mencione al hablar el año pasado de mi ascencion al Yate, notando solo que en el Calbuco, no se encuentran tan bien marcadas como en Reloncaví las zonas de algunas plantas, por ejemplo, del alerce (Fitz-Roya patagónica), que en aquellas rejiones vive casi invariablemente entre los 2,600 i los 3,400 pies sobre el nivel del mar.